miércoles, 10 de abril de 2013

SEÑOR MAJESTUOSO DON BORBON

En cuanto a usted, lo que me preocupa, majestad, es que la persona a la que prometí lealtad no tenga las cuentas limpias. Estoy seguro de que todo será un error pero supongo que no le extrañará que se lo pregunte y le implore y mucho más si soy republicano y comunista (no tema ni se inquiete, majestad, soy comunista personal e intransferible, auto-desactivado) y aún así tuve que abandonar mis principios para abrazar los suyos. Y yo no tengo más principios que los que tengo, majestad. Creo que soy un buen vasallo, ahora espero y le imploro que sea usted un buen señor, al menos mucho mejor que mi otro señor neofeudal, un burgués venido a más. Ya sabe usted, por su condición de noble real, cómo son estos burgueses nuevos ricos, espero que no lo hayan contagiado con sus trucos. Quedo a su disposición y ahí le dejo la presunción de inocencia que para usted siempre será mucho más amplia que para este sencillo servidor.
 NO   ENTIENDO    POR QUE   SI TANTO    NOS  MEEMOS  CON  EL  ( rey )   NADIE  NOS  DA  ALGUNA COLLEJA   LEGAL       ¿¿¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?

Tengo dos señores que determinan mi vida...
Uno es el señor neofeudal don Emilio Botín quien, en su día, me tasó la tierra y la casa en la que habito muy por encima de lo que vale y ahora me tiene agarrado por la nómina y me roba con todas las de la ley pero me roba. El otro es usted, majestad, al que tuve que jurar o prometer fidelidad o lealtad cuando tomé posesión como funcionario del Estado español. Y esa fidelidad la tiene usted por imperativo legal, contra mi conciencia, sencillamente porque debo respetar la Constitución que en 1978 aprobaron los españoles, en unos sitios de España más que en otros (que la rechazaron) pero también es constitución con todas las de la ley. Ya ve usted, majestad, que la vida puede ser legal pero no por eso necesariamente justa. Sin embargo, como dijo mi amigo el poeta Emilio Durán, ustedes tienen la fuerza.

Le soy fiel, majestad. En mis clases universitarias, cuando hablo de la Corona, nunca traspaso el umbral de la ley que la protege porque usted sabe que, digan los que digan sus apologetas, no somos iguales ante la ley. Desde la Transición, un acuerdo no escrito y además escrito, le ha guardado a usted y a su familia de críticas pero, majestad, ha llegado un momento en que ni la prensa ni la gente puede seguir callada y, si no dicen todo lo que deberían decir, sí se han soltado el pelo bastante.
Majestad, como estoy seguro de que usted no es un mandatario de la época feudal, me permitirá que me dirija a usted con respeto pero con firmeza, como decían en la película Patrimonio Nacional, de Berlanga. Hace siglos, uno ni podía escribir ni hablar de esta manera tan moderada en que lo hago. Ahora por fortuna las cosas han cambiado y puedo expresarme más abiertamente 


Majestad, llevo muy a gala ser funcionario del Estado español, creo en lo público y mantengo la esperanza de que los seres humanos nos entendamos un día sobre la base de autoadministrarnos y autogobernarnos de verdad, en lugar de estar pendientes de esas pendejadas llamadas mercados y de esos codiciosos niños de corbata, tarados, listos pero mediocres, que tienen jodido al mundo en nombre de la libertad y la democracia. Majestad, cuando salgo de mi despacho –público- apago siempre todas las luces. No utilizo el teléfono –público- para llamadas personales a menos que el motivo sea muy importante y no me tiro al teléfono una eternidad, hablando con amigos y familiares, a costa del erario público ni le paso la patata caliente a otros cuando la patata puedo resolverla yo. Majestad, atiendo a mis alumnos todo lo que puedo y aún más de lo que debo porque pienso que ellos no son culpables de que unos hijos de la gran puta –perdone mi apasionamiento, majestad- les quieran suprimir sus derechos para desviarlo todo a lo privado y desmontar el Estado del que usted es cabeza visible. Majestad, respeto lo que dice el papel que he firmado: mi dedicación a la universidad es a tiempo completo y no me aseguro un salario al mes para luego irme a hacer negocietes privados, abandonando mis obligaciones públicas. Creo, majestad, que soy un funcionario público, si no ejemplar, sí honrado, honesto y efectivo y no voy a las manifestaciones porque no quiero que crean que protesto porque me han bajado el sueldo y así me mezclo con cientos de colegas que no son dignos de llamarse funcionarios. Majestad, antes que en la crítica, creo en la autocrítica. Majestad, antes que en el sector público como complemento del privado y como empleo para toda la vida, creo en el Estado y en su sector público como sustituto de lo privado ineficaz y dañino para los seres humanos. A mí no me interesan los chillidos para que me devuelvan la paga de Navidad.



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