Andrés Boix Palop
Vivimos una época curiosa. Si las élites políticas, sociales y económicas hace unos años todavía nos decían, pagando campañas televisivas, que el sistema funcionaba y que éramos los mejores de Europa en casi todo, a pesar de unas dificultades pasajeras que “ entre todos” íbamos a superar, ahora va y resulta que estas mismas elites se han vuelto regeneracionistas y nos inundan de manifiestos y propuestas de cambio desde arriba, en plan “esto os lo arreglamos entre unos cuantos en un momentín”.
Las iniciativas que se suceden son mucho más interesantes como reveladoras de cómo funcionan esas élites y cómo se están reposicionando que por su contenido en sí mismo porque, la verdad, éste resulta francamente decepcionante. Nos devuelven la imagen de un país muy peculiar, donde los mismos que llevaban años contándonos que todo funcionaba muy bien y dándonos reiteradas explicaciones sobre las bondades de nuestro modelo, ante la evidencia del fallo multiorgánico nos señalan ahora, con una enternecedora fe en los efectos taumatúrgicos del Derecho y del BOE, que con unos cuantos retoques de nada en unas cositas, todo arreglado (o, al menos, parte del problema encauzado para luego ir arreglando todo como siempre se ha hecho).
Es significativo que la moda más reciente en materia de Manifiestos verse sobre cambios en la Ley de Partidos Políticos. Al menos dos iniciativas, una con más políticos, otra con más personas que se han autodenominado “intelectuales”, han aparecido recientemente con mucha fanfarria pretendiendo constituirse en la palanca clave para transformar las dinámicas de nuestros partidos políticos y evitar que se pueblen de medianías que se repartan el poder (y ciertas prebendas y sinecuras) sin mayores preocupaciones u ocupaciones.
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