TE LLENA DE ESENCIA EN TU SILLA DE ENEA GUITARRA EN TU PECHO CARICIA LA QUISIERA SIENTO QUE SE PARTE EL ALMA CUANDO LLEGA AL ALBA Y ESTOY A TU VERA Y ESTOY A TU VERA...
Que hago si todo lo que digo me recuerda a ella si todo lo que hago me recuerda a ella que hago si todo lo que digo me recuerda a ti si todo lo que hago me recuerda a ti si esas calles que de tus manos yo recorri ahora gritan en tu ausencia te echo de menos princesa no tengo mucho mas que entregarte mi ilusion mi ternura mis momentos no tengo mucho mas que decirte que tespero que te quiero. Cuantas vcs prepare un discurso perfecto tratando de mentir i de evadir asi mis sentimientos que cuelgan el carter de aforo completo porque de ti yo ya estoy lleno. Las calles de Cordoba se abren pati esta cancion vuela directa a ti me sale d dentro al verlo a el sufrir amar de siglo felipe aver si empieza asi
tus manos son palomas al aire cuando toca Qe ai Qe escuchar esa guitarra cansada y herida que en la calle de la jugueria se pierde en la madruga
TE LLENA DE ESENCIA EN TU SILLA DE ENEA GUITARRA EN TU PECHO CARICIA LA QUISIERA SIENTO QUE SE PARTE EL ALMA CUANDO LLEGA AL ALBA Y ESTOY A TU VERA Y ESTOY A TU VERA TE LLENA DE ESENCIA EN TU SILLA DE ENEA GUITARRA EN TU PECHO CARICIA LA QUISIERA SIENTO QUE SE PARTE EL ALMA CUANDO LLEGA AL ALBA Y ESTOY A TU VERA Y ESTOY A TU VERA Y ESTOY A TU VERA...
“Homenaje a Juan Ramón Jiménez, poeta de poetas”
Abril, no siempre es un mes lluvioso. Y me viene a la memoria que en aquella ocasión, aunque mucho más seco, trajo consigo una vaporosa primavera de flores, por otro lado nada relevante si pensamos que su antecesor marzo fue excesivamente pródigo en lluvias, incluso para dicha época estacional. Todos los parques y jardines estaban preciosos; lucían como una alfombra multicolor que unos ángeles caprichosos hubiesen tejido sin pedir permiso a nadie; como un regalo metido en su brillante caja de celofán, cuyo contenido en modo alguno debiéramos desvelar para conjurar la sorpresa: así amaneció aquel primer día de abril de aquel año; año del que no diré su nombre, es decir su número en el calendario del tiempo. Y yo me encontraba justo allí y, en cualquier caso, era tan joven por entonces que mis sentidos estaban aún poco despiertos para apreciar los sutiles cambios que se iban produciendo en el espacio y en el tiempo. Me había autodenominado “el muchacho que soñaba con ser poeta” y pretendía llevar a cabo un proyecto que iba a tomar forma, ahora comprendo, de manera algo atolondrada. Este es, como acabáis de leer, el principio de mi historia dentro del largo sendero personal que hube de recorrer como escritor; el que me condujo -dentro de poco acabaréis conociéndolo- hasta la situación en que me hallo ahora mismo, a mis treinta y tantos años; tal vez algo más lúcido de lo que antes fui. Y es que mi profesor de literatura en el instituto de bachillerato de mi ciudad, siempre me lo advirtió: “Abel, como irás comprobando por ti mismo, se puede enseñar el verso, su métrica, la rima e incluso hasta su interno ritmo; pero es imposible infundirle a nadie el divino don de convocar a las musas; ellas y únicamente ellas, pueden elegirte para elevarte hasta el enigmático mundo de la Poesía; y ese camino –si estás firmemente decidido a ser poeta- habrás de recorrerlo inevitablemente en absoluta soledad.”
Y así fue como comencé a aprender, a duras penas, la posibilidad de unir algo tan ingrávido como una idea a una sustancia tan material como un signo; e igualmente a comprender como éstos –argamasa física de los conceptos- delicadamente manejados, podían reflejar, igual que en un caleidoscópico espejo, imágenes puramente virtuales: nadie ha descubierto hasta el momento, que yo sepa, el secreto de tan hermético prodigio.
De modo, que casi sin darme cuenta, fueron transcurriendo los días con sus noches, los meses y los años, todo envuelto en una espesa neblina que luego, paulatinamente, se fue disipando hasta convertirse en una levísima gasa que me dejaba ver, por entre sus finos poros, la maravillosa conjunción de los fondos con sus formas, las ideas compañeras de las palabras, alumbrando, sin casi yo entenderlo, mi personal mundo poético. Sucedió todo esto hasta la prevista llegada de un nuevo primer día de abril, esta vez lánguidamente lluvioso, justo la fecha en que el destino nos volvió a reunir a mi viejo profesor y a mí, su alumno favorito. Aquella hermosa tarde paseábamos por los muelles del puerto, empapados por una tibia llovizna que se iridiaba bajo los tenaces rayos de sol, cuando sentí un fuerte impulso de preguntarle sobre aquello que me había mantenido en vilo los últimos años: “Maestro, le dije, a pesar de vislumbrar cada vez con mayor claridad; aún no he podido alcanzar a ver las delicadas formas de su desnudo cuerpo, ni mucho menos percibir su bello rostro virginal.” A lo que el viejo profesor me respondió, sin dudar por un instante: “Querido Abel, compañero de viaje, no nos ha sido concedido en esta imperfecta existencia, contemplarla tal cual Ella es, en todo su luminoso ser. Por eso a través de nuestros poemas, al menos idealmente, aspiramos a poseerla, y la llamamos deseosos: Poesía, Poesía pura. Muéstrate. Ven a mí”.
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