jueves, 29 de noviembre de 2012

EL GOBIERNO NECESITA ALGO DE AMOR

Emergencia: ya no es tiempo de juegos florales" por Rosa María Artal en _Zona Crítica (Hoy solo pa socios, mañana todo el artículo)
Imaginemos un país donde se “vende” un Banco, el de Valencia, -hundido por el putrefacto PP de esa comunidad durante su larga hegemonía- por un euro. El agraciado es CaixaBank. Y se han ido por el sumidero 5.500 millones de euros de nuestros impuestos que ya hemos pagado y seguiremos pagando en calidad de vida. Imaginemos también un país en el que, 37 años después de su muerte, se rinde homenaje al dictador de cuatro décadas, y ni el gobierno lo impide, ni cruje la sociedad de arriba abajo. Ese mismo ejecutivo que amnistía por dos veces –enmendando la plana a la justicia con empecinado tesón digno de otras causas- a unos condenados por tortura. Del cuerpo de los Mossos de Escuadra. O en el que un chico de 21 años, Alfonso Fernández Ortega, está detenido -sin juicio- en la prisión de Soto desde el 14N, fecha de la h

uelga general, bajo acusaciones poco claras.

Vamos a imaginar muchas más cosas, por ejemplo, que la OCDE nos pronostique para 2013 el peor año de la crisis, con 6,2 millones de parados, una deuda que dejó Zapatero en 68,5% del PIB y que va a llegar al 97,6%. O que la economía retrocederá el triple de lo que ha manejado el gobierno para elaborar los presupuestos. Más aún, que escuchemos decir al presidente Rajoy: “ Confío en que la OCDE se equivoque”. Y es que su gobierno debió de comprar la bola de cristal adivinatoria en un comercio chino de los que tanto nos gustan ahora. Ya nos venden por la tele las ganas que tienen los millonarios de ese país en venir a residir a España y comprar su permiso de residencia. Por 160.000 euros, viene de regalo con el piso adquirido.

Pero es el momento de contar con otra hipótesis: la oposición política no hace otra cosa que participar en los juegos florales parlamentarios y mediáticos oponiendo tímidas críticas. Alguna enmienda o proyecto que barre la apisonadora del PP, como es sabido, pero que hace quedar bien. Creen.


 

                      DEMOS  AMOR    AL  GOBIERNO   

                                QUE  NOS  JODE 

           TANTO  LA  VIDA    Y  QUE  APRENDAN   












En Rebelión
“Lo que nos está pasando en Madrid se va a extender a otras comunidades”, afirma Juan Domingo García, del Carlos III. “Deberíamos empezar una protesta masiva porque nos costó mucho conseguir la sanidad pública, universal y gratuita y vamos camino de que no sea ni universal ni gratuita ni pública”. “La raíz de todo es la Ley 15/97, de nuevas formas de gestión del Sistema Nacional de Salud. A partir de aquí se empezó a desarrollar la privatización de la sanidad en posteriores reales decretos y leyes”, explica L., del 12 de Octubre. Lo mismo opinan desde la Coordinadora de Hospitales y desde CAS. La ley fue aprobada en 1997 con los votos de PP, PSOE, PNV, CIU y CC. Hoy, muchos movilizados piden también su derogación.




“LA CARMONA” capítulo XII por Alfonso Camín 

NOCHE negra. Densa y callada. Como una casa que se queda a oscuras, cuando barre el viento la luz.

Juan de Colas, salía de cortejar a la Carmona. El reloj había marcado la una al abandonar el molino. A dos pasos de distancia no se veía dónde poner el pie. El mozo iba palpando, como un ciego el camino, con el palo. Temiendo descender a una cuneta, o tropezar con una saltadera. No había andado veinte pasos, cuando ya se había dado de narices contra una portiella. No había andado otros tantos, cuando a poco más va sobre un bardal de cabeza. Era noche de primavera. Pero amenazaba viento y lluvia. El aire estaba cálido. El cielo, negro. Torvamente negro. Sin embargo, en los prados que cruzaba brotaban perfumes fuertes. Sabor de tierra y de humedad. Olían los bardales a miel y a abejas. A flor deshojada. En aquella hora, profunda y sombría, sólo se escucha el gori gori del río. La canción áspera de los grillos, agitando sus burdas matracas. El silbido lejano de la serpiente. Algún sapo que desgranaba su nota única. Y a veces, el vuelo de una lechuza que estremecía el aire grueso.

Los grillos silenciaban su orquesta cuando iban sintiendo los pasos de Juan. Más adelante, un olor recio a margaritas húmedas se le metió al mozo por el olfato. Ya le faltaba poco para ganar el camino. Ya dejaba atrás las tres «saltaderas> de tres edades distintas. Ya iba olvidando el golpe sufrido contra la portiella del Pradón. Por cierto que, indignado, la había arrancado de su sitio, lanzándola contra el bardal de la heredad vecina.

—Mañana, cuando se levante Perico, echará de menos la portiella. Bueno. Ya le diré que me dispense y que yo le daré tabla para una nueva—iba pensando Juan de Colas.

Palpando el suelo y apartando las zarzas con el palo, se disponía a salvar la última «saltadera», cuando sintió un golpe que le hería rápido por la espalda, seguido de varias blasfemias. E1 mozo saltó la cerca de piedra. Y quiso dar la cara al enemigo. Firme de corazón y ágil de brazo. Pero otro golpe, también por la espalda, le derribó en tierra. En vano quería defenderse. En vano llevó la mano al arma. En vano alzó el palo en el aire su brazo desfallecido. Cinco sombras, blandiendo cuchillos y estacas, se le echaron encima.

—Canallas... Cobar...

Y no pudo Juán de Colas acabar la frase. Casi a la vez le habían dado varias puñaladas en el corazón. Casi a la vez le deshacían la cabeza a palos.

Entre el aroma fuerte de margaritas húmedas quedaba el cadáver cálido de Juan de Colas. Manando sangre, como si manara amapolas de pasión. En e! camino trágico de la casa de la Carmona.

No había podido defenderse el mozo. Pero, entre las sombras que huyeron, alguno llevaba la herida abierta. Bien lo denunciaba el rastro de sangre que comenzaba en el prado y se perdía en el camino. Juan de Colas no habría dado en el aire el único golpe que asestó a sus verdugos. Meses después se supo que había muerto en América el Maragatu. Se, pensaba que había sido uno de los matadores de Juan de Colas. Pero el crimen quedó en el misterio. El Pintu, libre en la aldea. Dueño de vidas y haciendas en la romería. En las noches de cortejo. Y en las tabernas del camino.
El cadáver de Juan de Colas se llevóla Villamar para hacerle la autopsia. Unos trabajadores de la cantera de la Coria, descubrieron su cuerpo ensangrentado, a las seis de la mañana, cuando se dirigían a sus faenas.

—Está herido de tres armas distintas: de puñal, de piedra y palo.

—Ay, si lo dejan defenderse —decían los amigos de Juan, que acompañaban el cuerpo en una —carreta a Villamar, seguida de la Guardia civil, de jueces y alguaciles—. Non deja costiella sana. Pero lo mataron a traición. Y eran Varios pa uno. Lo que dicen los papeles.

—Sí; eran varios pa uno—repetía tristón Blasín de la Joroba, mirándole a los ojos a Cachano, que en aquellos días había salido de la cárcel de Oviedo.

Doblaron las campanas por el alma de Juan de Colas. Por el mozo garrido y valiente, que murió sin confesión. Todas las gentes de la comarca le acompañaron al Camposanto.

—Era un mozo garboso.

—Y con un corazón todo nobleza.

—¡Qué desgracia! Y por esa gochona.

—Y fueron cinco los que lo mataron.

—Claro que fueron cinco. El Pintu ye un cobardón. Un criminalote. En cuadrilla matará él —rugía por lo bajo un rapazuco, que esperaba crecer para vérselas con el Pintu.

—Tienen estos mozos instintos poco cristianos—balbucía una vieja beata.

—Peores que llobos—respondióle una moza.

Natural que todos los indicios eran de que el Pintu de Contrueces había tomado parte principal en la muerte de Juan de Colas. El que había preparado el golpe. El que se había ensañado en la victima. El del primer golpe por la espalda. Pero no había pruebas.

Citaron a la Carmona. Confesó haber oído algunas voces en la soledad. Pero no vio a nadie. Ni siquiera una sombra. A la mañana siguiente del crimen, detuvieron al Pintu en su casa. La Guardia civil lo ató codo con codo. Lo intimaron los guardias en el camino. Hasta le apuntaron con los fusiles. El Pintu no se inmutó. Mostró su cuerpo de roca. Su mirada de acero. Firme y fría. El juez se desesperaba. Sus interrogaciones, tiradas a lo hondo, no hacían más ruido en el ánimo del Pintu que el de la burbuja en el agua.

—¿Dónde estaba usted la noche del suceso?

—En casa del Caleru. Hasta las nueve. Después, con Pepón el Madreñeru y Sidro Rendueles, en casa las Felguerosas, hasta las cuatro de la mañana, que me acompañaron a casa. En el camino encontramos a varios rapaces que venían de otros pueblos de cortejo.

Y el Pintu los citaba. Con nombres y apellidos, pelos y señales.

Llamaron a los mozos. A las hijas del Caleru. A más de una docena de vecinos. Y todos juraron que en la noche del crimen el Pintu estaba lejos de aquellos lugares. Claro que juraban en falso. Pero juraban. Había grandes sospechas. Mas todo quedó en decretar la libertad del Pintu. Ni un testigo se presentó a decir: «Yo sospecho.»

La Guardia civil se contempló burlada. La justicia, en Belén. En vano habían desnudado al Pintu. Ni una mancha de sangre en la ropa. Ni una desgarradura. Ni el más mínimo indicio del crimen.

En la conciencia de todos, en el alma trágica de la aldea, quedó grabada la figura del Pintu y sus secuaces, matando por la espalda a Juan de Colas. Pero nada más. Pasado el calor de la tragedia, la actualidad del suceso, el Pintu siguió haciendo la misma vida. Blandiendo el palo y cortejando a la Carmona. Ella se limitó a no ir los domingos a los bailes. Durante una corta temporada. Había que fingir de algún modo la falsa pena por la muerte de Juan de Colas. En el fondo, no la sentía. Se alegraba de que su nombre, ornado de sangre y rosas, corriera de boca en boca por los rincones más apartados de la comarca. Saborearía su triunfo de rojo folletín. Y cuando floreciera la leyenda, y en el navío de su juventud se inclinara el gallardete, se casaría con el Pintu. O con otro lobo que saliera en el pueblo.

—Ya me tenían fartos. Sobraba uno —comentaba para sí misma, queriendo rasguñarse los pezones en forma de higos lecheros.

Junto a la «saltadera>, en el recodo donde se había encontrado el cadáver de Juan de Colas, la piedad campesina levantó una cruz de piedra. Un recuerdo para el mozo que murió sin confesión. Cachano, en las horas ajenas al trabajo de la cantera, fue labrando la cruz. Cerca de un mes estuvo trabajando con busarda y puntero en la Coria. Solo en el fondo de la cantera, lo sorprendía la luna, labrando con toda unción la cruz de su compañero. Cuando la clavó en la verdura del prado, rodeada de un áspero pedestal de roca, se abrazó a ella en la soledad de la tarde dormida. Juró no arrancar nunca de su memoria el recuerdo de Juan. Pensó en matar al Pintu. Cara a cara. Frente a frente. Pero la figura infantil de los hijos, la claridad pascual de tos ojos de Arsenia, la negra sombra de los muros del presidio, le quitaron de los ojos telón rojo de la tragedia. La trágica misión de la Venganza. Iría al infierno. Sobre las ascuas rojizas se le aparecía en sueños a Cachano la imagen de la esposa. Segunda virgen de los Dolores, atravesada por las siete espadas. Cargando un niño en cada brazo. Lloraba su nueva Dolorosa unas lágrimas, que resplandecían como diamantes a la luz de las estrellas. Envuelta por la plata de la luna. La veía más tarde pidiendo limosna por los caminos. Los pies, descalzos. Los neños, agarrados a la saya. Pidiendo pan. Preguntando por el padre. Y otra vez, Cachano se apartaba de sí el pensamiento de acabar con el Pintu en una encrucijada del camino.

—Todo llega a su tiempo—pensaba.

La Cruz del Prado, como se le llamó en adelante, abría sus brazos cristianos en el camino de atajo. Cerca de la carretera. A la vista de las gentes aldeana. Todos los que cruzaban junto a ella, rezaban una oración por el alma de! buen mozo. Aldeanas de la comarca, mujeres que iban y venían sobre sus borricas; mocinas románticas que en los domingos venían de Villamar; ancianas, que recorrían las fiestas y mercados; viejos tratantes, capaces de engañar a los gitanos en la última feria, todos tenían un recuerdo para Juan de Colas. Se santiguaban. Rezaban una oración por el buen mozo.

La leyenda se llenó pronto de cintas doradas. Las mozas dejaban, en las tardes de fiesta, manojitos de rosas al pie de la cruz de piedra. Nombres de enamoradas escritos en el pedestal. Fechas dolíentes. Pensamientos románticos. Volvían a rezar por el muerto. Maldecían al matador. El recuerdo del Píntu, se les aparecía coma un cuervo. El de la Carmona, como una estatua de sal. Al irse, apartaban los ojos con asco de la casa del Molín de la Piedra.

La casa de la Carmona, la casa de la Culpa, como la llamaban en romances de ciegos, quedaba cada día más aislada de las demás de la parroquia. Ya nadie quería moler su maíz en el Molín de la Piedra. No era solamente la Pondala. Casi todas las gentes del pueblo, que tenían tierra y cosecha, no mandaban su grano al molino. Los mozos, tampoco iban mucho de cortejo por casa delaCarmona.

— Huyen de la quema, ¡los cobardones!—decía la moza.

Y había razones. Si por cortejar en el molino había encontrado la muerte Juan de Colas, el mozo más Valiente de la comarca, peor podía pasarles a ellos. Mocinos con pocas bragas. Cerrícas asustadizas. Reitanes de invierno. Puerco-espines en noches de luna. Raposos que no roban gallinas, ni mirando al mastín que está en cadena. Cortejadores sin mozas, que no iban a las romerías a las que iba el Pintu de Contrueces, si no había más que una pareja de la Guardia civil. Muerto Juan de Colas, sólo Pericón de la Vega se podía enfrentar con el Pintu. Era otro mozo valiente. Alto, como una pértiga. Derecho, como un lladral. Ágil como un felino, al que mataron años después, dándole por la espalda con un garabato. Hundiéndole, a mansalva, en el cráneo, los cuatro dientes de la presea de labranza. Bien sabía el Pintu quién era Pericón de la Vega. Bien supo tenerle como amigo. Defender su nombre por las tabernas. Juntarse con él en las romerías. Hablar con él aparte. Adelantándose a la jugada que podían hacerle otros, incapaces de enfrentarse con el Pintu de Contrueces. Un día habló a Pericón de esta guisa en la fiesta de Porceyo:

—Mira, Perico. Tú sabes que se me tiene dentera. Que me miran con mal ojo. No me matan porque no tienen calzones, como los tenemos tú y yo. Hoy somos buenos amigos. Pero los mozos de hoy son muy cobardes. Pueden inventar cualquier calumnia. Sé que quieren ponernos frente a frente. Te lo aviso. Yo de antemano, no he de dejarme sorprender. No pienso darles ese gusto. Pero espero que tú sigas la misma conducta. No caigamos en la trampa. Ni tú, ni yo, debemos hacernos sombra. ¿Que dicen que el Pericón ye más valiente que el Pintu de Contrueces? Bueno. ¿Que dicen que el Pintu ye más valiente que Pericón? Bueno. La cuestión es que no nos hagan la rosca. Que no nos embarquen, quedándose en tierra. Que non vean los toros desde la barrera, todos esos mancayos.

—Concho, quizás tenga razón. Ya me dijeron que tú hablabas mal de mí.

—¿Y tú lo crees?

—¡Qué voy a creer, hom!

—Pues ahí lo tienes. Eso es una encerrona que nos preparan a los dos. Y no puede ser. Ni pagando, verán esa corrida de toros. Yo siempre diré que el mozo más valiente de la comarca, muerto Juan de Colas, ye Pericón de la Vega. No hay otru.

—Bueno, hombre. Chócala. Lo mesmo haré yo. Tienes razón. Non vamos a dar gusto a esos morrales. ¡Cadierno, trae dos botellas de sidra!

—Otra cosa—dijo el Pintu—. Tú cortejas a la de Rubiera.


—Sí, paso el rato con ella. Ye guapa. Pero, una bobona, hom. Una bobona. Y tú ¿cómo andas con la del Molín de la Piedra? Ye una real moza. Digan lo que digan por ahí las envidiucas de la gente.

—Pues, cortejóla. Y pienso cásame. ¿Quiés apadrinar la boda?

—Hombre, non. Yo non tengo cuartos pa tanto, pero diré a la boda. Digo, si me convidas.

—Desde ahora.

—¿Y cuándo ye eso, hom?

—Pienso hacelo la semana que viene. El martes vendí un xato en la Pola para comienzo de gastos. Curas y frailes. Misas y agua bendita.

—¿Te casa el de Contrueces?

—Non, el de Ceares.

—Te lo digo porque ese párroco non te puede Ver más que la sangre en pan,

—Yo lo sé. Pero está bien pagado. En casa non Vamos ninguno a oírle decir misa. Todos vamos a Ceares. ¡Cadierno!

—¿Qué hay, Pintu?— contestó diligente el hombre de la barraca.

—Trai otres dos botelles. 

—Y don Isidoro él maestro—siguió hablando Pericón—, tampoco te puede ver. Esi borrachón, que non sabe hablar más que de política, non sal de casa de la Pondala.

—Tampoco me Interesa. Ya le quité varios rapazos, que también van a Ceares. Ese maestrón ye un animal. Recuerda que a uno le arrancó una oreja de un estirón. Y se quedó cojo por querer dar un puntapié a un rapaz. Así sería el puntapié que le iba a dar al neñu en la culera. ¿Non te acuerdas?

—Non faigo memoria, hom. 

—Fue listu el rapazuco. Dio un salto al ver la pata venir. Don Isidoro, confundió la mesa de escribir con la culera del rapaz, y se partió la pata contra la mesa. Muy valentón con los neños. Y en cambio, la su muyer, le da cada paliza de Dios y ayuda cuando llega a casa borracho. Yo no le he dado ya un susto porque el muy marica me denunció de antemano a la Guardia civil.

Los dos valientes volvieron a estrecharse las manos. Y se internaron en la romería, cada cual con su grupo de amigos. Porque los valientes en Asturias, como los toreros en Madrid, tienen aparte su grupo de admiradores.

La romería siguió su curso. Sonaban la gaita y el tambor. Bailaban las mozas. Cantaban los mozos:

La Soberana, 

comiéronme les cereces

y dejáronme la rama.

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